lunes, 29 de junio de 2015

La eficiencia va primero




Desde hace unas semanas estoy colaborando con una organización en Londres, que desde 1977 trabaja para ofrecer a la comunidad local un espacio natural dentro de la ciudad, teniendo presente como objetivo principal en todas sus actividades el cuidado del medio ambiente.

Pues bien, en los primeros días que he pasado en ella, y tras hacer una primera evaluación de la organización, mantuve una reunión con diversos directivos de la misma, en la que uno de ellos me comentó que entre sus objetivos principales se encontraba la instalación de paneles solares para autoconsumo energético en los tejados de la organización.

Si me lo permitís dejaré para otro momento el tema de cómo es posible que en un país con menos de la mitad de horas de sol que en España, tengan tan presente el beneficio de las energías renovables, mientras que algunos de nuestros políticos parece que no lo tienen tan claro.




Horas de sol al año en Europa

Ya que, lo que me gustaría valorar en esta ocasión, es si la pretensión que me trasladó este directivo de la organización era oportuna o si precisaba de algunas medidas previas.

Pues bien en mi opinión, aunque en no pocas ocasiones las organizaciones se deciden a realizar una inversión tecnológica para reducir sus emisiones antes de optimizar sus consumos, como en el caso de esta organización Londinense. Esto se trata de una actuación mejorable, ya que, de este modo estaremos sobredimensionando la solución tecnológica y haciendo una inversión mucho mayor a la realmente necesitada.

Me refiero a que, en este caso en concreto, poco sentido tendría poner placas solares para autoconsumo sin antes haber optimizado el consumo eléctrico. O instalar colectores solares sin antes optimizar el consumo de agua caliente sanitaria…Es decir, primero deberemos poner en práctica todas las medidas de optimización de los consumos que tengamos a nuestro alcance a fin de establecer el consumo real optimizado de la organización.

Además hay que tener en cuenta, que las medidas de optimización de consumo de recursos (ya sea energía, agua o cualquier otro) llevan asociadas una reducción gasto económico con una inversión nula o casi nula. Y que según la Agencia Internacional de la Energía, (como vemos en los dos siguientes gráficos) aún existe un alto potencial de mejora en la optimización energética en las organizaciones de todo el mundo.


Pero es que además, la semana pasada conocimos que Bruselas va a endurecer los objetivos de eficiencia energética para el próximo año, lo que previsiblemente derivará en una legislación mucho más estricta en este tema.

Por todo esto es de vital importancia que conozcamos a la perfección nuestras organizaciones y nuestros consumos, para de este modo poder reducirlos. Y una vez ya optimizados, entonces sí podremos ya decidir si queremos utilizar energías renovables para el autoconsumo o cualquier otra posibilidad que nos ofrezcan las tecnologías, sin miedo a sobredimensionar la solución tecnológica elegida, y por consiguiente reducirlos costes asociados a la inversión a realizar, con lo que conseguiremos haber incidido en la búsqueda de un solución eficaz y eficiente.

jueves, 18 de junio de 2015

La ecología de la Humanidad


Como el título de esta entrada, es como en otoño del 2013 nos dijeron que se iba a llamar a la encíclica que el Vaticano acaba de presentar ahora con el título de “Alabado seas”, según aparece en la prensa del día de hoy, en la que el papa Francisco culpa a empresas y gobiernos del cambio climático.

Como cabría de esperar, el documento no dice nada que los científicos no lleven ya avisando desde hace unas décadas. Pero sí que es un toque de atención a empresas y gobiernos desde un grupo de interés que hasta el momento no se había pronunciado sobre el tema.

Quizás pueda sonar un poco irreverente llamar grupo de interés al Vaticano. Nada más lejos de mi intención, pero es que se sea o no creyente, hay que reconocer la fuerza que tiene el Vaticano en muchos Gobiernos (incluso en algunos que se pronuncian laicos).

Cuando conocí la intención del nuevo papa de publicar esta encíclica, pensé que quizás había llegado el momento en que por fin los gobiernos más conservadores cambiarían sus políticas energéticas y apostarían por las energías menos contaminantes.

En aquel momento pensé que, para aquellos gobernantes para los que el papa es el representante de Dios en la tierra, saber que éste piensa que “Si destruimos la creación, la creación nos destruirá a nosotros. ¡Nunca lo olvidéis!” o que “Dios perdona siempre, los hombres algunas veces, la naturaleza nunca”, debería haber sido la señal definitiva con la que se dieran cuenta de que sus políticas ambientales permisivas eran erróneas.

Pero claro, al poco de llegar a esta conclusión, leí que uno de los políticos más conservadores de USA, Jeb Bush, actual aspirante a presidente de ese país y católico confeso, dijo “No me dejaré dictar la política económica por mis obispos, mis cardenales o mi Papa”. Y entonces comprendí que este tipo de políticos, en estos temas como en tantos otros, están movidos por un dios mucho más terrenal y de papel.

Así pues, mucho me temo, y espero equivocarme, que poco va a cambiar también en España, ya que a su gobierno no le va a importar demasiado lo que diga este documento, y seguirá con sus planes de penalizar el autoconsumo de energía, contribuyendo así a la mayor quema de combustibles fósiles.

Pero si algo nos ha enseñado la actualidad que vivimos estos días en este país, es que en política nada ni nadie es eterno y, que quizás, dentro de poco tiempo tengamos unos gobernantes que se decidan a legislar pensando en la sostenibilidad del planeta y no en ese otro dios terrenal. Y cuando eso ocurra, las organizaciones deberían estar preparadas para ser líderes y ejemplos a seguir por sus competidores.

Para lo cual, quizás ahora no sea el mejor momento para pensar en instalar energías renovables, pero para lo que siempre es buen momento,  es para optimizar nuestros consumos, ya que por lo que no nos podrán penalizar será por consumir de manera más eficiente.

Aun así, bienvenida sea esta nueva encíclica que espero nos haga reflexionar sobre otra de las citas de Jorge Mario Bergoglio, en la que dijo que, "el hombre que se cree Dios, destruye el mundo".

viernes, 5 de junio de 2015

¿Qué huella debemos calcular?

Como ya hemos comentado en anteriores ocasiones, desde hace algún tiempo las empresas están notando que algunas de sus partes interesadas (Administraciones locales, ONGs ambientalistas, Clientes, etc)  les están instando a que comuniquen cuál es el impacto de su actividad sobre el medio ambiente.
 
En muchas ocasiones, estas partes interesadas, piden que estos impactos sean comunicados mediantes las denominadas huellas. Como es el caso de la huella ecológica, la huella hídrica, la huella de carbono de producto o de organización, la huella ambiental, la huella social…

Pero no es de extrañar que con toda esta batería de huellas que las organizaciones pueden calcular hoy en día, a los responsables de sostenibilidad y Responsabilidad Corporativa les surjan dudas sobre cuál es la mejor huella a calcular y comunicar.

Pues bien, ciertamente la respuesta no es sencilla. Aunque lo primero que deberían preguntarse es si de verdad es necesario comunicar todas estas huellas, ya que, más allá de una operación de marketing empresarial (que en algunos casos podríamos denominar greenwashing), la comunicación de estas huellas a potenciales clientes o al público en general, no llevan asociados muchos más beneficios.

Me explico. Muchas organizaciones se están decidiendo a comunicar determinados tipos de huellas, simplemente por el hecho de que se ha convertido en una tendencia más o menos habitual. Pero dudo mucho que, a menos de que se sea un especialista en temas de sostenibilidad o que se posea un alto conocimiento de estos temas, la gran mayoría de la población conozca la diferencia existente entre una huella de carbono de alcance 3 y una de alcance 2, o una huella hídrica verde, azul, gris o completa. E incluso, dudo que la mayoría de la población sepa la diferencia entre una huella ecológica, una huella de carbono o un etiquetado energético.

Aunque no quiero que se me mal interprete, me encantaría que se pudieran conocer todos los impactos ambientales de forma cuantitativa de los productos y servicios que adquirimos, pero realmente creo que actualmente el objetivo del cálculo de estas huellas debe ser otro, ya que las organizaciones, a mi entender, deben calcular estas huellas para conocer mejor su propia organización, y de este modo poder mejorar su comportamiento ambiental y por qué no, sus consumos.

Teniendo en cuenta que, por ejemplo: la huella de carbono ofrece el valor de las emisiones de CO2; que la huella hídrica ofrece el volumen total de agua dulce utilizada o contaminada; la huella ecológica estima la superficie que se necesita para producir unos determinados recursos en hectáreas globales; la huella ambiental es una medida del impacto que genera un producto o servicio a lo largo de su ciclo de vida;  y que la huella social es la marca medible que una empresa deja en la sociedad por razón de sus operaciones.

Podríamos decir que, al calcular la huella ecológica podremos conocer y mejorar el alineamiento de nuestra situación con respecto a las tendencias del mercado, a fin de ser más competitivos. Mediante el cálculo de la huella de carbono, podremos conocer donde poder reducir nuestro consumo energético, reduciendo costes y anticiparnos a previsibles nuevas regulaciones. Al calcular la huella hídrica, conoceremos las opciones de mejora de consumo de agua, y evitaremos multas por sobrepasar límites legislativos de contaminación… 

Es decir, el cálculo de cada una de estas huellas deberá llevar asociados una serie de distintos comportamientos y decisiones de las organizaciones, de los que se derivarán varios beneficios a las mismas. Por lo que cada organización deberá determinar qué tipo de huella es la que más le conviene calcular, por su situación actual y futura, así como por el sector en el que desarrolle su actividad.
Y como ya hemos hablado en anteriores posts. Para ello, las organizaciones pueden ayudarse del trabajo de su equipo de Auditoría Interna.

Como ya sabemos la auditoría, con el fin de conseguir la deseable mejora de su eficacia, pero sobre todo de la eficiencia de la labor desempeñada, utiliza los denominados “indicadores”, bien sean los denominados KRI´s ( Indicadores de riesgos clave) o los KPI´s (indicadores de desempeño). Estos indicadores, en el caso que nos ocupa, han de incidir en los aspectos ambientales que sean pertinentes. Entendiendo como tales a todo aquel elemento de las actividades, productos o servicios relacionados con la organización que puede interactuar con el medio ambiente. 

Haciendo una correcta identificación de los aspectos ambientales significativos de nuestra organización, estaremos más cerca de responder a la pregunta que nos hacemos en el título del post, ya que, dependiendo de cuales sean nuestros impactos ambientales, deberemos seleccionar los indicadores apropiados, a fin de poder conseguir los mayores beneficios derivados al calcular la huella adecuada, y tomar las decisiones que procedan.